Praga y Praga comparten tan sólo el nombre. Se dice que este distrito de Varsovia es auténtico y está lleno de vida. Se encuentra al otro lado del río Vístula y en tiempos fue un municipio autónomo, sin embargo, y como suele pasar con las ciudades al lado de capitales, fue absorbido.
Durante la Segunda Guerra Mundial sus calles se libraron de gran parte de la destrucción que asoló al resto de Varsovia y esto hace que hoy en día muchos de sus edificios sin reconstruir sean únicos. El carácter multicultural le ha añadido un plus. En sus calles se localizan galerías, tiendas y se organizan eventos puntuales como el festival de salsa en verano o la fiesta anual en la calle Lubelska.
Para llegar hasta Praga hay que cruzar el Vístula. Aunque hay varias líneas que nos llevan yo elegí ir a pie y hacer fotos intentando cazar en el momento justo a los tranvías antiguos que pasaban. El paseo por el puente “Most Slasko-Dabrowski” ofrece 500 metros de vistas de la parte de atrás del palacio real y de la ciudad nueva y antigua. Al otro lado la silueta de Praga y su playa.
Praga es gris y se la nota un poco deprimida. A pesar de que Turismo de Varsovia intenta venderla como una visita alternativa, no deja de ser un barrio más pobre que el centro y algo inseguro. En la oficina de turismo me recomendaron tener cuidado al visitarla aunque también me facilitaron un folleto la mar de interesante. Hice un recorrido de una hora más o menos por la parte vieja que me mostró esculturas, por ejemplo el famoso monumento a la orquesta, algunos templos como la catedral de San Miguel Arcángel y San Florián y construcciones antiguas aprovechadas hoy como centros culturales, sala de conciertos… es el caso de una fábrica de vodka que se encuentra en ul. Zabrowska. En esta misma calle se localizan algunos de los edificios del siglo XIX más representativos y singulares del barrio.
De vuelta hacia la avenida Solidarnosci (la que lleva al puente), en el cruce con la calle Targowa, me encontré con una especie de mercado callejero de fruta pequeñito. La plaza olía a fresas y cerezas, las frutas que había en la mayor parte de los puestos. Muy cerca se encuentra el monumento a la fraternidad de las armas, una escultura con 4 soldados soviéticos bastante impresionante por el tamaño que tiene. La iglesia ortodoxa está a unos pasos y el zoo un poco más adelante, antes de llegar al puente. Desde la calle se pueden ver los osos.
Si nos entra hambre podemos meternos en alguno de los auténticos “bares de leche”. Ofrecen poca variedad pero son muy baratos.
De Praga me quedé con el sabor de no haberla aprovechado bien. Entre la advertencia de la oficina de turismo y las miradas de alguna gente cada vez que sacaba la cámara no me sentí muy segura. Moraleja: el miedo es el peor acompañante en los viajes y en la vida ;).
Seguramente mi visión, o más bien descripción del barrio es más torpe, pero no te falta razón cuando dices que no la aprovechaste, pero claro, yo he tenido dos años viviendo en el ghetto para experimentarlo. 🙂
Si! total! tuve la sensación de no haber comprendido nada el barrio. ¿Estuviste 2 años viviendo allí, en Praga? Muy chula la descripción de tu blog, me encanta!