Bulgaria es un país relativamente pequeño, pero que reúne muchos atractivos: ciudades con historia, pueblos con mucho encanto, las costas del mar Negro y montañas, además de monasterios ortodoxos en entornos idílicos. Si a esto le sumas un punto exótico, precios asequibles y buenas conexiones con España, el país se convierte en un destino muy recomendable para pasar una o dos semanas. En nuestro caso fueron 9 días que supieron a poco.
Este es un resumen práctico sobre qué ver en un viaje a Bulgaria: cómo moverse, los precios, cómo comunicarse y, por supuesto, qué ver en el país.
Cómo moverse: Bulgaria en coche
Las conexiones en transporte público por Bulgaria son bastante buenas. Ciudades como Sofía, Plovdiv, Veliko Tarnovo o las capitales costeras están bien conectadas entre sí. También son accesibles, mediante autobús o con excursiones, los principales atractivos turísticos del país como el monasterio y las montañas de Rila.
Sin embargo, si se quieren descubrir zonas más lejanas, de esas a las que tan solo llega el turismo local y disfrutar de libertad de movimiento, lo mejor es alquilar un coche. Eso sí, hace falta un punto de osadía. Aunque las carreteras no están mal, los búlgaros en general conducen de una manera un tanto alocada y son expertos en inventarse un tercer carril para los adelantamientos, aunque eso implique sacar al oponente de la carretera (sí, es una batalla). También, y sobre todo en la zona sur, es frecuente compartir el camino con carros tirados por caballos que aparecen en cualquier momento y es triste, pero bastante frecuente, que se crucen animales en el camino. Los cadáveres de perros y gatos en los andenes fue lo que más me entristeció del país.
A pesar de estos inconvenientes, las carreteras son decentes. Casi no hay autovías, pero las nacionales y las carreteras secundarias, salvo excepciones, están bien pavimentadas, tienen quitamiedos y se mantienen en buenas condiciones.
Si al final decides hacerte con un coche, ármate de paciencia y conduce con mil ojos para poner tú la seguridad.
Precios en Bulgaria
Bulgaria es uno de los países más baratos de Europa. Su moneda es el lev y grosso modo, 2 lev equivalen a 1 euro.
Los precios, en general, resultan bastante económicos. Por poner algunos ejemplos, una comida o cena para dos cuesta unos 15/20€, la habitación doble en un hostal, 20/25€, una cerveza de medio litro en un bar normal, 1€, el litro de gasolina 1€ y un billete de metro unos 80 céntimos.
En general es un destino bastante económico al que se puede viajar con un presupuesto ajustado.
Idioma y comunicación
Cirilo y Metodio fueron los inventores del alfabeto cirílico, el que utilizan en Bulgaria. Con unas grafías diferentes, un idioma poco comprensible y un escaso conocimiento del inglés, sobre todo en las zonas rurales, comunicarse parecía una tarea ardua. Y lo fue, aunque menos de lo esperado. Las dificultades idiómaticas las suplen con un carácter amable y paciente, sobre todo en las zonas menos turísticas, las cartas de los restaurantes suelen estar en los dos idiomas y, al final, señalar los platos, siempre da resultado (o no, pero descubres algunas recetas imposibles de reproducir aquí). En los casos más complicados, tiramos de mímica y, cuando resultaba imposible, nos dimos al traductor online (bendita desaparición del roaming). Listo.
Itinerario por Bulgaria
Elegir qué ver y, sobre todo, qué dejar fuera es lo más complicado a la hora de preparar un viaje. Maps mediante, las semanas previas dedico horas y horas a leer información y poner sobre el mapa los lugares que me más interesan (gracias por facilitarme la tarea, Google). Cuando los marcadores cubren toda la superficie del mapa, llega el momento de enfrentarse a la realidad y empezar el descarte (menuda sangría). Con menos de la mitad de puntos, toca enlazarlos, sumar horas y kilómetros de coche y planificar los días.
En el caso de Bulgaria, la selección fue especialmente dura. Se quedaron fuera, entre otras cosas, las montañas del noroeste, ciudades como Rose y muchos monasterios que prometían grandes alegrías. Además, pasamos de largo por parques naturales llenos de senderos donde me hubiera perdido días y días, ¡maldita selección!.
A mi favor, decir que todos los lugares elegidos me gustaron y mucho. Y como, exceptuando un par de días, el tiempo acompañó, pudimos ver casi todo lo que nos habíamos propuesto. Eso sí, volvimos más cansados de lo que nos fuimos. Recordadme que la próxima vez vaya a la aventura y deje días de relax (sí, seguro).
Día 1 – Dormir en Sofía
El primer día llegamos a Sofía sobre las 12 de la noche. Recogimos el coche en el aeropuerto y condujimos hasta el hotel que teníamos reservado, el ATM Center Hotel. Nada del otro mundo, pero estaba cerca del aeropuerto, tenía recepción 24 horas, incluía desayuno y aparcamiento y nos permitía salir de la ciudad a la mañana siguiente sin complicaciones.
Día 2 – Sofía – Montañas de Rila – Monasterio de Rila – Melnik
Nuestro primer día por Bulgaria se presentaba completito. Desde Sofía teníamos previsto bajar hasta cerca de la frontera con Grecia: al pueblo vinícola de Melnik. En total unos 200 kilómetros, un par de horas y media que alargamos con unas cuantas paradas y desvíos: una ruta senderista por los lagos de Rila (ideal para los amantes del senderismo), la visita al monasterio de Rila (imprescindible) y la búsqueda – fructuosa finalmente – de crema solar por los pueblos búlgaros.
Ya sobre las 19 horas, y rodeados de un paisaje de vides, llegamos a Melnik. Gracias a su historia, sigue estando considerada ciudad, a pesar de que en ella viven tan solo unas 400 personas. Uno de sus principales atractivos son sus casas renacentistas búlgaras de diferentes colores, las bodegas, donde se vende el vino en botellas y garrafas y la iglesia. El paisaje también acompaña: Melnik está rodeada de un paisaje arcilloso con formas caprichosas.
Después de cenar al aire libre en una mehana nos fuimos a descansar con el sonido de la música popular de fondo, muy parecida a la griega. En este caso el alojamiento sí que lo recomiendo: el Guest House Biser nos costó 18€. Cómodo, céntrico y limpio.
Día 3 – Melnik – Monasterio de Rozhen – Montañas del Pirin – Shiroka Laka – Monasterio de Bachkovo – Fortaleza Asenovo – Plovdiv
El tercer día en Bulgaria venía bien cargado, así que el toque de corneta fue mañanero. Después del café salimos para el monasterio de Rozhen, una construcción ortodoxa, nada grandilocuente, medieval, rodeado de las montañas del Pirin. Una verdadera obra de arte, aunque lo más me llama la atención de estos lugares es la espiritualidad que se respira. Lo visitamos casi en solitario hasta que llegó un autobús con señoras búlgaras que nos corroboraron que la zona tenía más turismo nacional que de fuera.
Tras la visita, arrancamos el coche para atravesar las montañas del Pirin en dirección a Plovdiv, la segunda ciudad del país. Aunque el camino más rápido nos hacía regresar a Sofía y de allí conducir hasta Plovdiv, nosotros optamos por una ruta más pausada y rural: atravesar el parque nacional de Pirin, con sus montañas y sus pueblos, deteniéndonos en fortalezas y monasterios.
El GPS calculaba 5 horas para 250 kilómetros sin contabilizar los rebaños de vacas, los adelantamientos de carros de caballos y nuestras paradas (¡mira, qué bonito!, ¿hacemos una foto?). Las visitas que sí teníamos planificadas estuvieron bien elegidas: el pueblo folclórico de Shiroka Laka para comer y, cerca de Plovdiv, el monasterio de Bachkovo y la fortaleza Asenova, todos situados en entornos montañosos muy bellos.
A Plovdiv llegamos sobre las 18 horas, con tiempo para suficiente para dar una vuelta por el casco antiguo más grande del país, ver por fuera el teatro romano y descubrir sus zonas de picoteo. Que no sea por caminar.
Evidentemente, cuando llegamos a dormir, nuestro hostal, el Best Rest Guest House, nos pareció un hotel de cinco estrellas.
Día 4. Plovdiv – Kazanlak – Buzludja – Tryavna – Veliko Tarnovo
Ya habrá tiempo para descansar. Las vacaciones no son un buen momento. Para el cuarto día, el itinerario previsto tenía unas cuantas paradas que cumplimos a rajatabla. Y ampliamos.
Llegamos pronto a Kazanlak, la capital de valle de las Rosas, donde se produce gran parte del aceite de rosa del mundo. Con semejante producción floral, en temporada, la zona presenta un aspecto colorido y se llena de celebraciones y festivales. Nosotros tuvimos que conformarnos con visitar el museo de la Rosa para descubrir la historia de esta elaboración. Kazanlak, una ciudad de amplias avenidas, sin mucho encanto, tiene otro punto fuerte para el turismo: las tumbas tracias. Se puede visitar una réplica de una de ellas en plena ciudad.
Nos despedimos de Kazanlak y de sus grandes avenidas comunistas después de coger fuerzas metiéndonos en el estómago un gyros (gracias por el invento, Grecia). Cargados de energía, nos vinimos arriba y decidimos visitar el Buzludja: el monumento comunista más famoso de Bulgaria. Este enorme mastodonte de hormigón, construido en 1981 durante el gobierno socialista búlgaro, preside el monte Buzludja y aunque vivió momentos de esplendor (breves), hoy está de capa caída.
Atraídos por su historia, emprendimos el viaje por una carretera que estaba en relativo buen estado (salvo los dos últimos kilómetros). Eso sí, a medida que subíamos, los 25 grados de temperatura que marcaba el coche empezaron a descender, la niebla se cerró totalmente y, cuando llegamos al Buzludja, el panorama era bastante tétrico. Imposible verlo al completo.
Empezó a llover, cogimos el coche e iniciamos el descenso. Para ahorrarnos unos kilómetros, decidimos coger una carretera diferente, llena de baches por la que era imposible circular a más de 10 kilómetros hora. La tormenta hizo el resto, así que, apuntad: si subis al Buzludja, evitad la carretera 5005, a no ser que queráis vivir una historia de terror (sin dramatizar).
Sin parar de llover, visitamos Tryavna (dicen que es preciosa, pero nos quedamos con las ganas de verla mejor) y llegamos a Veliko Tarnovo, donde nos cambiamos de ropa para volver a empaparnos. La ciudad lo merecía, así que lo dimos todo.
Ese día nos quedamos en el Guest House Anelim. Situado cerca del centro y con aparcamiento, tenía una única pega: el olor a tubería del baño, algo bastante recurrente en Bulgaria, por cierto.
Día 5. Veliko Tarnovo – Nesebar
La primera parte del día la aprovechamos para visitar la fortaleza Tsarevets de Veliko Tarnovo. Echamos unas cuantas horas así que, aunque teníamos previsto parar en Varna, una de las grandes ciudades del mar Negro, nos ahorramos el desvío y fuimos directamente a Nessebar, una localidad costera con un casco antiguo declarado Patrimonio de la Humanidad.
El recibimiento en el Guest House Maria no pudo ser mejor. El dueño, todo amabilidad y con el que pudimos entendernos en inglés, nos habló de la ciudad, nos enseñó un restaurante cercano de los buenos y baratos (barato en Bulgaria quiere decir cena con pescado, carne, ensalada, postre y vino para dos por 16€, 8€ por persona) y nos acercó en su coche al centro, ¿alguien da más?. Lo bueno es que, por fin, nos quedábamos dos noches en el mismo sitio. Descanso. Relax. Alegría.
La tarde la utilizamos para visitar la parte antigua, pasear y relajarnos en el mar Negro.
Día 6 – Sozopol – Nesebar
El sexto día, salvo la excursión mañanera a Sozopol, otro de los pueblos con encanto de la costa búlgara, fue muy relajado. Volvimos para comer a Nessebar, disfrutar de la playa y acercarnos de nuevo al casco histórico para pasear y cenar por sus calles llenas de monumentos de diferentes épocas, tiendas de recuerdos y casas típicas.
La estructura de Sozopol y Nessebar es parecida. Son pueblos costeros grandes, llenos de edificios y hoteles, pero con una parte antigua aislada y muy bien conservada, situada en pequeñas penínsulas, lo que la preserva y le da más encanto.
Las playas del mar Negro donde estuvimos son largas y de arena blanca y la temperatura del agua, aceptable. El único problema es la cantidad de zonas “de pago” que pertenecen a los hoteles en primera línea o en las que tienes que alquilar una tumbona para poder estar.
Día 7 – Nesebar – Koprivshtitsa – Balcanes Centrales – Monasterio de Troyan
Dos días en el mismo sitio era demasiado, así que tocaba de nuevo kilometrada. El destino: una casa rural en Balkanets, un pueblo de los Balcanes Centrales, muy cerquita de la ciudad industrial de Troyan.
A medio camino, pararíamos en Koprivshtitsa, una localidad histórica búlgara de casas de madera renacentistas del siglo XIX (nada que ver con el mismo periodo italiano) en el que nos detuvimos más tiempo del esperado. Además de callejear, disfrutando de los paisajes que asomaban entre calles, visitamos varios de los museos, alojados en esas casas señoriales. La entrada conjunta a todos ellos cuesta 6 BGN, unos 3€. Comprarla merece mucho la pena.
Llegamos a nuestra casa en Balkanets y decidimos acercarnos a Troyan. La ciudad, decadente, bastante fea y sucia en apariencia, no nos gustó demasiado, pero su monasterio, situado a 10 kilómetros, fue una de las mejores experiencias del viaje. En parte porque lo visitamos ya tarde, cuando no había nadie en él salvo los monjes y una familia que iba a hacer noche. Por cierto, muchos de los monasterios ortodoxos búlgaros funcionan como hospederías y, por un módico precio, es posible quedarse en ellos.
Nosotros volvimos a nuestra Guest House Alfa Daniel a disfrutar de sus espacios al aire libre y la terraza.
Día 8 y 9 – Sofía y la montaña Vitosha
Ya que somos muy fans de los monasterios (quiero volver, quiero volver), decidimos desviarnos para ver alguno más de camino a Sofía, aunque un enorme atasco cambió nuestros planes. Pusimos rumbo a la capital, previa parada en el aeropuerto para devolver el coche.
Dejamos la maleta en el aeropuerto y, a pesar del calor, nos lanzamos a recorrer la ciudad. Por la tarde, nos unimos a uno de los freetours que operan en casi todas las ciudades turísticas y que, a pesar de no ser muy ortodoxos, muestran la ciudad de manera rápida. Por la noche, nos dimos a la buena vida. Y a la buena gastronomía. Si pasáis por allí, los restaurantes Divaka y sus patios merecen la pena.
Al día siguiente, además de visitar las iglesias por dentro, nos unimos a un trekking por la montaña Vitosha, previa visita a la iglesia Boyana y sus frescos, Patrimonio de la Humanidad. Los habitantes de Sofía son enormemente afortunados por tener esa gran montaña junto a la ciudad. Las posibilidades senderistas son muchísimas.
Día 10 – Vuelta a casa
A primera hora tomamos un vuelo que nos devolvió a Madrid. Se acabaron las vacaciones por Bulgaria. Puede que nunca vuelva, pero me quedo con ganas de más.