La tierra tira, para qué lo vamos a negar. Y aunque soy de Madrid por mis venas corre sangre 100% extremeña. Según me consta, quince de mis tatarabuelos nacieron en Zarza Capilla, un pueblo de la comarca pacense de la Serena, el decimosexto lo hizo a 5 kilómetros, en Peñalsordo. Muy exótico todo, como veis. Además de mis orígenes belloteros, viví cuatro años en Mérida y, siempre que puedo, vuelvo una y otra vez a Extremadura. Y cada vez le cojo más cariño.
No entiendo cómo Extremadura, con sus ciudades, sus paisajes, sus fiestas y su gastronomía, no está de moda. Cómo la A5 no se atesta cada fin de semana de turistas. O por qué los vagones del tren no arrancan llenos de pasajeros cada día (ejem, eso sí lo entiendo, tren digno ya).
El caso es que Extremadura es un destino de toma pan y moja. Para ir y repetir. Y eso es lo que he intentado defender en el programa de Radio Nacional donde colaboro desde hace cuatro años: El canto del grillo.
Extremadura es una tierra de contrastes que tiene de todo: ciudades con un rico patrimonio y mucha historia, paisajes verdes y montañosos que ríete tú de los del norte, monasterios como el de Yuste o el de Guadalupe, este último Patrimonio de la Humanidad, castillos, pueblos que conservan su arquitectura tradicional, playas fluviales, piscinas naturales… y una gastronomía contundente y sabrosa. Por tener, tiene hasta una lengua propia.
Además, a juerguistas no nos gana nadie y esto ha sido así de siempre, así que en la comunidad existen más de 50 fiestas de Interés Turístico, algunas realmente curiosas. Tendríais que haber visto mi cara hace más de 12 años cuando en unas vacaciones por la Vera me encontré – de casualidad – con gente prendiendo escobas y liándose a escobazo limpio. El nombre de la fiesta hace honor a su tradición: Los Escobazos.
Como veis, es una comunidad diversa, rica en experiencias y, de momento, poco masificada y con mucho que ver. Al fin y al cabo, Cáceres y Badajoz son las dos provincias más grandes de España.
Hay decenas de motivos para viajar a Extremadura, yo defenderé los míos.
Visitar sus cuatro ciudades más grandes
Ciudades como la medieval Cáceres o la romana Mérida son un imán para los amantes de la historia y la arquitectura. Las dos Patrimonio de la Humanidad, cada una con sus encantos. Badajoz y Plasencia completan el cuarteto.
Cáceres
La capital cacereña conserva intacta su estructura medieval y cruzar el Arco de la Estrella equivale a viajar en el tiempo. Una vez dentro de la ciudad vieja de Cáceres, los palacios, iglesias, torres… se suceden. Una buena época para descubrirla es Semana Santa; aunque no seáis religiosos, ver las procesiones por sus calles es un espectáculo. Para mi gusto, la más impresionante es la del Cristo Negro que transcurre de noche por las calles de la ciudad vieja. Aunque la Magna, que sale solo cada 5 años, tampoco se queda corta.
A pocos kilómetros se encuentran Los Barruecos y el sorprendente museo Vostell – Malpartida. Este lugar es la fusión perfecta entre paisaje, etnografía y arte contemporáneo, una mezcla que, aunque puede parecer extraña, casa muy bien.
Mérida
Mérida es la ciudad romana por excelencia. El puente sobre el Guadiana, el arco de Trajano, los acueductos, el templo de Diana… Y un largo etcétera conforman el Conjunto Arqueológico de Mérida, declarado también Patrimonio de la Humanidad. A la cabeza, el teatro y el anfiteatro.
Si aguantáis bien el calor, merece la pena acercarse durante el Festival de Teatro. Lleva 63 ediciones en marcha y no tiene pinta de terminar nunca. La verdad es que ver una obra en ese escenario no se paga con dinero. Además, la Alcazaba también acoge algunos de sus espectáculos. ¡No todo va a ser romano en Mérida!
Badajoz
Badajoz es la ciudad más grande de Extremadura, y aunque no puede competir en belleza con Cáceres, ni en patrimonio con Mérida, tiene una Alcazaba de unas dimensiones importantes y una Plaza Alta muy animada, acorde con la ciudad. Una época buena para visitarla es en Carnaval. Lo celebran a lo grande.
Plasencia
Mucho más pequeña, Plasencia es un buena parada de camino a las comarcas del norte de Extremadura. Necesitarás unas cuantas horas para visitar la Plaza Mayor con el Abuelo Mayorga, las calles que salen de ella, las dos catedrales y ver las murallas. No hay que irse de la ciudad sin tapear por sus bares.
La naturaleza y pueblos del norte
En Extremadura, los paisajes son muy diversos. Desde los bosques de castaños y robles del norte, a las dehesas de encinas, pasando por llanuras, zonas de pasto o campos de cultivo.
Si hablamos de naturaleza, las comarcas del norte, se llevan la palma. De oeste a este: Sierra de Gata, Las Urdes, Ambroz, Jerte y la Vera ofrecen la combinación perfecta de paisajes montañosos, pueblos con encanto y gastronomía. Sobresalen algunas localidades; por ejemplo, la en la comarca de Sierra de Gata, San Martín de Trevejo, Trevejo o Robledillo de Gata; en el Valle de Ambroz, Hervás, un pueblo con un dinamismo impactante y con un patrimonio que refleja toda su historia; en La Vera, el protagonismo se lo lleva el monasterio de Yuste, lugar de retiro del emperador Carlos V, aunque tampoco hay que perderse los conjuntos histórico artísticos de Cuacos de Yuste y Garganta la Olla. Y así podría seguir cubriendo líneas y líneas.
Además de bonitas, son zonas que se venden muy bien. Siempre tienen algún evento en marcha: el Otoño Mágico en el Valle del Ambroz, los cerezos en flor en el Jerte o Los Conversos en verano en Hervás. Además, cuando hace calor, las piscinas naturales son buen momento para relajarse. Aquí una recomendación: aunque todas son una delicia, el secreto se ha descubierto y los fines de semana de julio y agosto os las podéis encontrar bastante atestadas. Las de Sierra de Gata, normalmente, no tienen tantísima gente.
Territorios protegidos
Por su valor natural, paisajístico, etnográfico y geológico, Extremadura tiene gran parte de su territorio protegido; a la cabeza, el parque nacional de Monfragüe, el geoparque Villuercas – Ibores – Jara y los parques naturales de Cornalvo y Tajo Internacional (a caballo entre Portugal y España). Todos estos sitios son lugares ideales para practicar turismo activo, observar aves, ver estrellas o descubrir el pasado geológico de la zona. El patrimonio natural de Extremadura es inabarcable, pero estos sitios, pueden ser un buen comienzo.
Granadilla, un pueblo abandonado con castillo
En Extremadura, hasta los pueblos abandonados son bonitos. O por lo menos, Granadilla lo es. Esta localidad fue abandonada en los años 50 por la construcción del embalse Gabriel y Galán, con tan mala suerte (o buena, según se mire) que el agua nunca llegó a cubrirlo.
En los años 80 comenzaron a rehabilitarlo y hoy se puede visitar su castillo, la muralla, la plaza, las antiguas casas… Un recorrido con una buena dosis de melancolía, pero muy bello.
Azul que te quiero azul
Extremadura está lleno de agua. Los grandes embalses de España están aquí: la Serena, el internacional de Alqueva, Alcántara, Cíjara, Valdecañas… Hay litros y litros de agua. Aparte de almacenar líquido, tienen un componente lúdico y existen ríos en los que practicar barranquismo, zonas de baño en embalses hasta con bandera azul y piscinas naturales bien fresquitas donde pasar el verano en remojo
La Raya, la línea transfronteriza
Me encanta esa sensación de estar a caballo entre dos países. Esos territorios que, a pesar de pertenecer a estados distintos, comparten cultura, identidad, gastronomía…
En la zona de la Raya, ese sentimiento se hace más que patente. Son localidades como Olivenza, con su arquitectura de estilo manuelino, Badajoz – a tan solo 5 kilómetros de la frontera-, o Elvas y Campo Maior, al otro lado de la Raya. La hermandad entre Portugal y España es más que evidente en esta línea fronteriza.
Como detalle curioso, ¿sabías que el puente internacional más estrecho del mundo se encuentra en Extremadura? Mide 3 metros de largo y une el Marco, en Portugal, con la Codosera.
Localidades con historia
Soy consciente de que es imposible mencionar todos los pueblos interesantes en Extremadura (perdón a los olvidados), pero aquí van unos cuantos para anotar.
Trujillo, cuna de conquistadores (y de la Feria del Queso), Guadalupe y su magnífico monasterio, Hervás y las calles de la judería, el pueblo abandonado de Granadilla, Alcántara con su puente romano… Hay muchísimos pueblos que merecen la pena en la provincia de Cáceres.
Badajoz tampoco se queda corto: Alburquerque y su castillo, Olivenza y la influencia lusa, Zafra con la plaza Chica, Llerena o Jerez de los Caballeros y sus torres son algunas de las localidades que merecen una visita.
La lista, en ambos casos, podría extenderse hasta el infinito.
Una lengua propia. Y no es el castúo
El valle de Xálima, en la comarca de Sierra de Gata, tiene un idioma propio: A Fala. Son tres pueblos los que hablan esta lengua y cada uno de ellos con su dialecto. Además, este territorio tiene unos paisajes preciosos y San Martín de Trevejo, con sus boigas y pichorras, todo el encanto del mundo. ¿Os ha quedado claro? Estoy enamorada de Sierra de Gata.
La comida, ¿una catalana con jamón?
En Extremadura hay que sentarse a la mesa desde primera hora de la mañana porque los desayunos que sirven en sus bares son uno de los grandes placeres de esta tierra. Por calidad y precio. Si nos apetece algo contundente, en muchos sitios sirven migas, pero para quien no se atreva con ellas, siempre se puede optar por las tostadas. Mi favorita: la catalana con jamón con pan de pueblo, tomate de Miajadas y jamón de la tierra.
El jamón ibérico de cerdos criados con las bellotas de la dehesa es precisamente uno productos más deliciosos de Extremadura, aunque no el único. Los quesos como la torta del Casar o La Serena, el aceite, el pimentón de la Vera también tienen fama, por no hablar de recetas como la caldereta de cordero, la ensalada de naranja o la carrillera. Ñam.
Mi pueblo, Zarza Capilla
“Como lo del pueblo…”
La frase de mi abuela (y supongo que la de todas las abuelas de este mundo) tiene una gran parte de verdad y es que, al menos subjetivamente, como el pueblo de cada uno, no hay nada.
El mío es Zarza Capilla, una localidad de unos 300 habitantes, en las faldas de una montaña. Allí pasé todas las vacaciones de mi infancia con una libertad que en la capital era imposible.
Ahora me encanta volver, sobre todo cuando está vacío y prácticamente no hay nadie. Ir con mi padre a por un vino al albergue, subir dando un paseo a Las Pollatas, saltar cercas, asar castañas en la casa de mi abuelo Paco y reunirme con la familia de Badajoz. Si ha llovido, es obligatorio salir al campo a churches, es decir, a por lo que la tierra te dé: hongos, cardillos, achicorias…
Objetivamente, y aunque tampoco tiene ningún monumento que destaque, es un pueblo bonito por su ubicación y con una sierra excelente para los amantes del parapente. Hay hasta un campeonato internacional.
Además, su historia reciente, aunque triste, es curiosa. En la Guerra Civil, el frente estuvo muy cerca y el pueblo fue bombardeado sin piedad. Cuando sus habitantes volvieron del exilio se encontraron con las casas derruidas, inhabitables. Y vino la promesa de la construcción de un nuevo nucleo a poca distancia: Zarza Capilla “La Nueva”.
Regiones Devastadas se puso en marcha, pero con bastante calma. Y mientras, la gente tuvo que buscar un lugar donde vivir.
Así que cada uno empezó a levantar lo que quedaba de su casa en el núcleo antiguo. Lo hacían por la noche ya que, si los veían, les tiraban abajo lo construido. Los vecinos se salieron con la suya, pero tuvieron su castigo ya que los servicios como el agua, el teléfono, la luz… llegaron mucho más tarde.
Por este motivo, Zarza Capilla son dos pueblos, el viejo (el de arriba), reconstruido con nocturnidad por los habitantes y el nuevo, una cuadrícula de casas que se alzó a un kilómetro, en un llano.
Cualquier lugar, por remoto o pequeño que sea tiene su historia. La de Zarza Capilla, como veréis, es bastante curiosa. Y sus habitantes más mayores, los que quedan, tienen mucho que contar.
¿Y fin?
Si habéis llegado hasta aquí, os habréis dado cuenta que esta entrada podría ser eterna porque la lista de lugares que ver y motivos por los que ir a Extremadura no terminaría nunca. Por mi parte, llenaría hojas y hojas hablando de su gente, de todas las actividades que se pueden hacer, los pueblos que ver, miradores, paisajes, restros prehistóricos… Pero mi tiempo es finito y vuestra paciencia también.
De todos modos, tenéis muchos más posts de Extremadura en el blog. Además, las provincias de Cáceres y Badajoz son destinos que te dejan con ganas de más. Para ir y repetir. Ya volveremos.
Me gusto mucho esta nota. Me llegó al alma. Yo soy argentina y vivo en Buenos Aires. Mi abuela nació en Zarzacapilla como vos. Me gustó mucho leerte. Besos.
Ah, qué bueno. Yo nací en Madrid, pero mis padres son los dos de Zarza-Capilla. Un abrazo, Sofía.