Llegar a la ermita de San Esteban es toda una aventura. Primero tienes que acercarte a la Venta de La Paula para pedir las llaves. Allí te las dan con un folleto, un librito con información y una linterna. Después coges uno de los palos que hay junto al sendero y subes por un camino bastante empinado durante medio kilómetro. Una vez arriba, debajo de los farallones rojizos y bajo la atenta mirada de los buitres, aparece la ermita y sus pinturas.
Este es el tipo de lugares y de historias que me gusta encontrarme en los viajes. En Viguera, una pequeña localidad de la sierra de Cameros, al sur de La Rioja, existe una pequeña ermita nada convencional y que es imposible encontrar casualmente.
Lo primero es hacerse con las llaves. ¿En el ayuntamiento? ¿En la oficina de turismo? ¿En un museo? No. Te las entrega la señora Carmen en su casa, la Venta de la Paula, un antiguo bar a los pies de la carretera N111, en el kilómetro 305, justo enfrente del lugar donde empieza de la senda.
Además de las llaves, te ofrece una linterna, un folleto y un libro con información detallada de la ermita. El palo para subir (y sobre todo bajar) se coge al comienzo del sendero.
Toca entonces emprender la subida por una senda que zigzaguea montaña arriba. La ruta, empinada, va acercándote hasta los enormes farallones rojizos que cada vez cobran mayor presencia. Son el hogar de unos cuantos buitres.
Y de repente aparece un cartel que indica la dirección que tenemos que tomar. Unos metros después, debajo de las rocas y resguardada desde hace siglos, aparece la ermita de San Esteban. Situada así, en medio de ese paisaje, parece de todo menos un pequeño templo religioso.
Desde fuera se aprecia la planta rectangular cubierta con una bóveda sin tejas y, como añadido, la zona del ábside. Según cuenta nuestro folleto, la primera parte fue levantada entre los siglos V y VIII y la segunda a finales de siglo XII o principios del XIII. De esa misma fecha también son las pinturas que encontramos en el interior.
Abrimos el candado y entramos. La luz se mete por los ventanucos, aunque la linterna es necesaria para apreciar las pinturas románicas que cubren gran parte de la bóveda, la zona del altar y algunas paredes.
Están representados parte de los doce apóstoles (quedan 5), unos ángeles, una escena del calvario, la mitad de los 24 ancianos del Apocalipsis, etc. Faltan figuras porque un derrumbe de las rocas destruyó parte de la construcción. Aún así estas pinturas están catalogadas como “el conjunto pictórico románico más importante de La Rioja”.
Uno de sus atractivos es la construcción en sí y sus pinturas; el otro, las vistas y el entorno. Nos encontramos justo debajo de un enorme farallón rojizo, protegidos por sus rocas, con vistas al Camero Nuevo y observados por los buitres que habitan las paredes.
Una vez abajo, hay que dejar el palo en su sitio y devolver las llaves, la linterna y el folleto en la Venta de La Paula. Agradecen una propina.
Viguera y las vistas a la Puerta de Cameros
Si vamos con tiempo, merece la pena acercarse hasta Viguera, sobre todo para ir al mirador de Peñueco. Desde allí se observan las Peñas de Viguera, unas enormes rocas que escoltan al río Iregua y que indican la entrada (o salida) al Camero Nuevo.
Y una recomendación gastronómica. En el centro de Viguera, en el bar El Refugio, se come de maravilla.