En los años 90, si encendías la radio, era bastante probable escuchar la misma música.
Regina Coeli, letare, Aleluya Quia, quem meruisti portare, Aleluya Resurrexit, sicut dixit, Aleluya Ora pro nobis Deum, Aleluya.
Estaba en latín y sus artífices eran los monjes benedictinos del coro de Santo Domingo de Silos. A finales de 1993 llegaron a desbancar a Gloria Estefan del puesto número uno de la lista de álbumes más vendidos y obtuvieron varios disco de platino.
Sus voces masculinas, que transmitían paz y espiritualidad, traspasaron fronteras y escalaron en las listas de éxitos de EEUU.
Su fama se mitigó tiempo después, pero ellos siguen cantando siete veces al día en la abadía del monasterio de Santo Domingo de Silos, en la provincia de Burgos. En sus “conciertos” te puedes sentar cómodamente en la primera fila y son gratuitos.
Una visita a esta localidad de apenas 300 habitantes permite conocer el monasterio y su claustro románico, llenar el estómago en alguno de los restaurantes, recorrer en silencio las calles del pueblo y abrir los oídos par escuchar los cantos de los monjes benedictinos.
El recorrido se puede completar con otros dos lugares: el cementerio de Sad Hill, escenario de la película El bueno, el feo y el malo y el desfiladero de la Yecla, creado por el río Mataviejas.
Un claustro románico, un ciprés y Gerardo Diego
Si hablamos de geología, 1.500 años es apenas un suspiro, si lo hacemos de historia es mucho tiempo. Pues bien, en el siglo VII, aquí ya había un monasterio, aunque con la ocupación musulmana desapareció por completo. Resurgió en el siglo X todavía como San Sebastián de Silos para volver a desaparecer unos años más tarde.
Y así, de manera intermitente, llegamos a 1041, cuando un tal Domingo del monasterio de San Millán de la Cogolla, en la Rioja, aparece por aquí huyendo del rey de Navarra. Otro monarca, Fernando I de León, le recibe de buena gana y Domingo (más tarde el santo que daría nombre al sitio) se convierte en el abad de este lugar y devuelve su esplendor al monasterio.
Con él se levantó la iglesia románica (ya desaparecida) y se empezó el maravilloso claustro que es hoy una clase de historia del arte en piedra.
Construido por dos artistas diferentes y en dos siglos distintos (s.XI y XII), los capiteles de sus columnas y sus paredes muestran escenas religiosas, algunas de enorme maestría como la anunciación a María o El árbol de Jessé.
En medio del claustro crece un árbol que lleva más de 130 años alzándose al cielo. Es el ciprés de Silos, al que el poeta Gerardo Diego dedicó uno de sus mejores versos.
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
Además de ver el claustro, en el monasterio se visitan otras dependencias como la botica con su colección de cerámica de Talavera, el museo y una sala para exposiciones temporales.
Música para hablar con Dios
La iglesia del monasterio no es tan antigua como su claustro. Fue diseñada por Ventura Rodríguez en el siglo XIX y sustituyó al antiguo templo románico. El dinero de la reforma no dio para más (grac
ias a Dios) porque el claustro románico hubiera corrido la misma suerte.
Lo mejor de esta iglesia son los cánticos que se celebran 7 veces al día en ella y que permiten escuchar las voces de los monjes benedictinos orando, ya que para ellos el canto gregoriano es “un vehículo para hablar con Dios”.
Merece la pena pasar, coger uno de los libretos donde se puede leer en latín y en español los cánticos que entonan y dejarse llevar los siguientes 40 minutos.
Y es que la experiencia en Silos es binaria. Se puede dividir entre sonido y silencio. Un silencio que interrumpe de vez en cuando el motor de un coche, las campanas de las iglesias del pueblo, un pájaro o las oraciones cantadas de los monjes.
Calles y despensa de Santo Domingo de Silos
Aunque el monasterio se lleva la fama, merece la pena dar un paseo por las calles de Santo Domingo de Silos, prestando atención a sus construcciones tradicionales, al paisaje enmarcado al final de una calle o al museo de los sonidos del mundo.
Tampoco hay que perderse una buena comida y degustar un plato de cordero asado, la morcilla de Burgos, el picadillo o las setas, regado todo ello con vino de la D.O. Arlanza, la de la zona. Ñam.
Y fuera de Santo Domingo, La Yecla y Sad Hill
Dentro del término municipal de Santo Domingo de Silos, pero fuera del pueblo es posible descubrir otros dos lugares muy interesantes: el desfiladero de La Yecla y Sad Hill.
En La Yecla, el río Mataviejas ha horadado las calizas para abrirse paso a través de la roca creando un desfiladero estrecho y con paredes verticales que se elevan prácticamente pegadas entre ellas. Esa es la obra del río, pero el ser humano ha hecho de las suyas y ha instalado una pasarela que permite hacer el mismo camino que el agua, pero unos metros más arriba.
Para los amantes del cine western, a pocos kilómetros de la localidad, y siguiendo una pista forestal, se halla Sad Hill, un cementerio levantado para rodar la película El bueno, el feo y el malo en los años 60 del siglo pasado, y reconstruido por la asociación cultural Sad Hill hace pocos años. Está además en un entorno de película.