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Recorrimos el lago en uno de esos barcos azules

Tonle Sap: vivir flotando encima del lago más grande de Camboya

Las casas de colores, pegadas unas a otras, clavan sus pilares de madera en el agua marrón del lago. Son humildes, pero nada comparado con las pequeñas casas flotantes que se mecen sobre el agua con el trasiego de los barcos. Estamos en Kompong Khleang, uno de los pueblos del lago Tonlé Sap.

Tonlé Sap es el lago más grande del sudeste asiático, una enorme balsa de agua que crece y decrece gracias a las corrientes de agua. Sus dimensiones varían tanto que el lago llega a multiplicarse por diez durante la temporada de lluvias y pasa de unos 2.500 km² a cerca de los 25.000 km².

Por su valor medioambiental y la diversidad de su flora y su fauna, el lago Tonlé Sap ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, aunque tiene que hacer frente a muchas amenazas: la contaminación, las intervenciones en el río Mekong, la sobrepesca…

Junto a él y en su superficie se han establecido varios pueblos que han adaptado sus modos de vida a las idas y venidas del lago. La mayoría de sus habitantes, de origen vietnamita, vive de la pesca y pasan gran parte del día subidos en sus barcos, recorriendo grandes distancias; otros, con menos recursos, pescan con métodos más rudimentarios, incluso con botellas de plástico.

Pescadores en Tonlé Sap

La agricultura es otra de las fuentes de riqueza de estos pueblos ya que, debido a las inundaciones estacionales, los campos de alrededor son excelentes para el cultivo. Se trabajan en temporada seca, cuando el agua desciende y deja libre, húmedo y lleno de nutrientes el campo.

Al igual que sus oficios, las construcciones del lago, los palafitos y las casas flotantes, también están adaptadas al agua y a las crecidas. Las casas sobre pilares permanecen estáticas durante todo al año, mientras que el lago va variando; sin embargo, las aldeas flotantes cambian de ubicación con las inundaciones.

Casa flotante en Kompong Khleang

Tanto las casas como el modo de vida de los pueblos del lago llaman mucho la atención de los turistas que acuden hasta Siem Reap para visitar los templos de Angkor. Ir a Tonlé Sap se ha convertido en una excursión recurrente.

Esto ha provocado la sobreexplotación turística de los pueblos más cercanos a la ciudad y un tipo de turismo poco sostenible, donde el dinero de los visitantes se queda en manos de empresas extranjeras e intermediarios. Una decepción para el turista y una faena para los habitantes del lago.

Pero hay excepciones. Nosotros elegimos visitar Kompong Khleang con Community First, una organización local que destina sus beneficios a varios proyectos, entre ellos, a mantener el colegio del pueblo.

La escuela a la que van destinados los beneficios de la visita por Kompong Khleang

La excursión a Kompong Khleang

Entre Siem Real y Tonlé Sap hay 55 kilómetros de distancia, un recorrido en el que tardamos más de una hora y media por las paradas programadas de la excursión: sticky rice primero (ejem), una fábrica de dulces después.

Estando en Camboya, la primera parada del viaje no podía ser otra. Al poco tiempo de salir, la furgoneta se detiene a un lado de la carretera, junto a un puesto que vende sticky rices en su versión jemer, envueltos en bambú. Nos enseñan cómo se cocina (una información muy práctica, por si repito la receta en Madrid a la vuelta) y también a pelarlos para evitar que la piel del bambú arrastre parte del arroz.

Yo, que soy muy lista, a estas alturas del viaje, ya he aprendido cuál es la mejor manera de comer sticky rice: tener a alguien al lado para encasquetárselo después del primer bocado (perdón, Gonzalo). Y es que, diez (mordiscos de) sticky rice después, no logro entender la fijación que tienen con esta receta sosa, insulsa y pegajosa, hecha a base de arroz glutinoso, leche de coco y (a veces) judías. Es cierto que ellos te la ofrecen con todo su amor y, si me la tengo que comer, me la como, pero vamos que no creo que nunca la vaya a echar de menos.

Visto así tiene buena pinta. Buenos no están, malos tampoco. ¿A alguien le gusta el sticky rice?

¿Cómo comer un sticky rice jemer? 1) Espachurrarlo un poquito para que se fragmenten los bordes. 2) Pelarlo con cuidado para evitar que el arroz se quede pegado a la piel del bambú. 3) Darle un mordisco y saborear. 4) Cedérselo gustosamente a la persona de al lado. ¡Cosa más sosa!

Bastante más ricos están los donuts de azúcar de palma, las galletas y los barquillos que probamos después, en la segunda parada: una fábrica de dulces. Nuestros guías compran en la tienda varios tipos de galletas antes de ponermos en marcha de nuevo para continuar, ya sin detenernos, hasta Outaput, en Kompong Khleang, uno de los pueblos flotantes del lago.

Con unos 10.000 habitantes, este es el pueblo flotante más grande de la provincia de Siem Reap. Dejamos el coche y avanzamos por una calle hasta llegar al templo budista de la localidad y, de ahí, al embarcadero donde nos montamos en un barco azul para cruzar hasta la otra orilla.

Caminamos unos metros hasta la escuela, un edificio construido sobre pilares de madera. Todavía el nivel del agua nos permite pasear por las calles del pueblo, antes de que se inunden durante la temporada de lluvias.

Subimos al colegio por una rampa con escalones tallados y nos sentamos en sus bancos. Nos explican que esta escuela se mantiene con el dinero de los tours. En ella los pequeños aprenden a leer y a sumar y las niñas también a coser, uno de oficios con más salidas para las mujeres camboyanas.

En el pueblo existe colegio estatal, sin embargo la existencia de esta escuela tiene su porqué. Y es que los horarios de las clases “oficiales” no se adaptan a la realidad del pueblo flotante. Desde bien pequeños, los niños ayudan a sus padres a pescar. Las épocas de más faena coinciden con el curso escolar oficial y, por la tanto, muchos de ellos no estudian. En ese contexto esta escuela cobra sentido.

Para muchos, esta será la única escuela que pisen a lo largo de su vida ya que para seguir estudiando tienen que dejar el pueblo y esto supone un gasto inasumible para la mayor parte de las familias de Tonlé Sap. Por eso es necesario seguir avanzando. Entre los próximos objetivos de la oenegé, construir una escuela donde se enseñe inglés, una materia muy necesaria para defenderse en el negocio turístico, cada vez más en auge.

La vista desde la escuela de Kompong Khleang

Bajamos de la escuela para volver a tomar el barco y recorrer ahora el lago Tonlé Sap. En el camino, nos vamos encontrando con los pescadores a bordo de sus barcas: padres con niños, mujeres con bebés, hombres solos… Desde el agua, la perspectiva de los palafitos cambia totalmente.

Dejamos atrás Kompong Khleang y avanzamos para acercarnos a los pueblos flotantes del lago, habitados, sobre todo, por inmigrantes de origen vietnamita. En estas casas viven familias enteras: duermen, cocinan, comen, estudian… y se desplazan al ritmo que marca el gran lago. Como medio de transporte, no les queda otra: el barco.

Después de navegar un buen rato, volvemos al pueblo para subir de nuevo a la furgoneta y regresar a Siem Reap.

Casas flotantes sobre Tonlé Sap

Una reflexión personal sobre el “turismo humano”

Tengo sentimientos encontrados. Por un lado, una de las cosas que más me gusta cuando viajo es ver otros modos de vida: cómo son las casas de la gente, de qué viven, cómo se divierten, qué comen, cómo piensan, cuáles son sus prioridades en la vida; por otro lado, me planteo si estoy haciendo lo correcto. Si es ético visitar determinadas comunidades e irrumpir en su día a día simplemente para saciar mi curiosidad, sobre todo si se trata de gente pobre.

Hay ocasiones en los que las respuesta está muy clara: no. Hay experiencias que son moralmente inaceptables. Zoos humanos como los de las mujeres jirafa al norte de Tailandia. Sin embargo, y en mi opinión, cuando las cosas se hacen bien, las visitas puede ser enriquecedoras para ambas partes, sobre todo porque, para algunas comunidades, el turismo es una fuente de ingresos importante.

No vale todo. Y de ahí que sea necesario promover el “turismo responsable”, un turismo ético que tenga en cuenta aspectos como la sostenibilidad y el bienestar de las poblaciones locales, que cuide el impacto medioambiental de los viajes, que favorezca la economía del destino, que se aproxime con respeto a él, que no promueva la explotación de personas y tampoco de animales…

Nosotros intentamos practicarlo cuando viajamos y, por eso mismo, elegimos con cuidado nuestra visita al lago Tonlé Sap. Descartamos pueblos más turísticos como Chong Kneas, buscamos en internet diferentes opciones, preguntamos a gente que ya había estado allí e intentamos que el dinero de la excursión repercutiese directamente en el bienestar de la comunidad.

Optamos por la excursión de Community First: Kompong Khleang Floating Village Tours, una organización sin ánimo de lucro liderada por personas locales y cuyos beneficios sirven para poner en marcha y sufragar los gastos de proyectos como la escuela.

Creo que no nos equivocamos. Durante el recorrido, además del pueblo y del lago, visitamos el colegio y nos contaron cómo invertían el dinero, vimos la confianza que los guías tenían con la gente de allí y nos gustó la prohibición de fotografiar a los niños porque es algo que denota compromiso, responsabilidad y unos límites.

Hay quien llama a este tipo de turismo “turismo de slum” o “turismo de favelas”; sin embargo, en mi opinión, estas visitas si se hacen con sensibilidad y respeto, eligiendo bien las organizaciones/empresas y con ganas de contribuir y de aprender, pueden ser enriquecedoras.

Es cierto que a mí me aportan mucho, sin embargo, ¿y yo a ellos? ¿Dejo algo positivo en el destino más allá de mi dinero y de mi contribución directa e indirecta al empleo? No creo.

Pero, ¿es menos malo, cuando viajamos, obviar la realidad del destino y centrarnos tan solo en sus monumentos y en los paisajes? ¿Mirar hacia otro lado y ver solo las cosas bonitas? No creo que haya una única respuesta. Alrededor del turismo, hay tantas ventajas y tantos inconvenientes que simplificar cualquiera de sus aspectos es complicado.

Mientras tanto, en el turismo, la responsabilidad por delante.

Los palafitos de Kompong Khleang

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